23 de septiembre de 2011

Educación o desastre

Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra | 10 Septiembre, 2011

A principios de julio, cuando todavía suenan los ecos de las calificaciones escolares, los centros comerciales anuncian la vuelta al colegio. Al ver esos anuncios, me dan ganas de preguntar a los niños y jóvenes con quienes me encuentro, qué sensaciones les produce ese recordatorio. E imagino que recogería todo tipo de impresiones. Desde la de quienes maldecirían un inoportuno recuerdo de experiencias ingratas que rompe el apacible disfrute de las vacaciones, hasta la de quienes ni se inmutarían ante una insulsa realidad como la que han vivido en la escuela. Desde la de quienes evocarían aprendizajes apasionantes y relaciones enriquecedoras a la de quienes gritarían indignados por la odiosa referencia.

En el curso de la historia esta es la alternativa: educación o desastre. En el pasado mes de junio, mi hija Carla, de seis años, me sorprendió con una inesperada crítica. La llevaba en el coche al Colegio cuando nos encontramos con un enorme atasco. Le dije, un poco apesadumbrado: - Carla, aunque te has levantado con rapidez y te has vestido y desayunado sin perder tiempo, hoy vamos a llegar tarde. Algo ha pasado. Quizás un accidente. Ella, queriendo tranquilizarme, me dijo: . Papá, no te preocupes. Porque vamos al Cole. Lo malo es que fuéramos a un cumple. Entonces me perdería la piñata, la tarta y el mago, que todas esas cosas hay en un cumple. Me hizo pensar. ¿Por qué cree la niña que con el retraso no se va a perder nada interesante en el Colegio, al menos nada tan interesante como lo que se encuentra en la celebración de un cumpleaños? ¿Por qué no le preocupa llegar tarde a su escuela, a pesar de ser una niña con un gran interés por el aprendizaje?

Hace unos años le oí decir a un niño, con evidente cara de decepción: - ¡Yo quiero que pase algo guay en mi Cole! ¿Es que no pasa nada guay en el Colegio, me pregunto utilizando el lenguaje infantil? Creo que sí, pero no se ve a primera vista. Porque queda camuflado bajo la hojarasca de las rutinas, de la habituación a lo espectacular. Suelo pedir a mis alumnos que escriban una autobiografía en la que reflexionen sobre su paso por las organizaciones escolares. Resulta sorprendente que, habiendo estudiado algunos en el mismo centro, hablen de experiencias diametralmente opuestas.

Lo cual quiere decir que hay una parte de vivencia que nace de la pobreza o de la riqueza de la oferta educativa, de la dedicación del profesorado, de la abundancia y adecuación de los materiales didácticos, pero hay otra que radica en la actitud de las personas. Cuando veo o escucho los anuncios que recuerdan el regreso a la escuela (el famoso back to school) pienso también en lo que sentirán los profesores. Ya sé que las vacaciones son un tiempo cotizado de descanso, de viaje y de diversión. Y ya sé que tienen unos ingredientes diferentes a los que encierra el trabajo.

Me preocupa el rechazo hacia la escuela de algunos alumnos. No recuerdan quienes odian el tiempo escolar que se trata de un privilegio que muchos niños y jóvenes del mundo no pueden disfrutar. El privilegio de formarse, de aprender, de poder descubrir el mundo, de poder relacionarse con otros compañeros y compañeras. Me preocupa más el rechazo de los profesionales hacia su trabajo. ¿Cómo va a contagiar entusiasmo quien carece de él? ¿Cómo va a transmitir ilusión por aprender quien no la tiene por enseñar?

He contado en alguna ocasión la historia de la casa de los mil espejos. La historia de una casa abandonada en la que hay una habitación con mil espejos. Un perro vagabundo llega a la casa un día en el que se encuentra feliz. Y da saltos de alegría. Ve con asombro que mil perros saltan como él. Mueve el rabo de manera festiva y ve que mil perros le devuelven el saludo moviendo el rabo. Y piensa: - Este es un lugar maravilloso. Volveré siempre que pueda. Horas después pasa por allí otro perro vagabundo. Y llega a la misma casa. El perro está enfurecido. Saca los colmillos de manera agresiva y ve que mil perros le muestran los colmillos violentamente. Ladra de forma rabiosa y mil perros le ladran a él de manera violenta. Y el perro piensa mientras se va corriendo: - Este es un lugar horrible e insoportable, no lo volveré e pisar.

Eso es. La escuela nos devuelve multiplicada por mil la actitud que nosotros llevamos a ella. ¿Cómo viven los profesores la vuelta al trabajo? ¿Qué sienten en el momento de reanudar la docencia? ¿Piensan que van a disfrutar de una experiencia maravillosa y estimulante o maldicen el día que eligieron dedicarse a ser docentes? Algo para los gobernantes: hay que cuidar y mimar la educación.

Ojo a los recortes. Ojo a las restricciones que nos condenarían a un futuro inexorablemente peor. Y algo para las familias, el comienzo del curso no es un momento en el que los niños se van a la escuela y nos dejan tranquilos. Es un momento para que la comunidad educativa sienta el compromiso y la alegría de compartir un año nuevo lleno aprendizajes estimulantes.

A todos nos vendría muy bien repasar el libro del pedagogo alemán Helmut Von Hentig que tiene por título esta significativa pregunta: ¿Por qué tengo que ir a la escuela? Una pregunta que le hace su sobrino en la estación cuando acaban las vacaciones y a la qué el contesta en 26 hermosas cartas. Conozco las dificultades porque las he vivido y porque tengo muchas personas cercanas que me las cuentan. Pero incluso las dificultades pueden ser vividas de forma estimulante. Si los alumnos ya lo supiesen todo, si ya estuviesen educados, si fuesen esforzados, obedientes, disciplinados y creativos, ¿qué sentido tendría nuestra tarea? Mis fervientes deseos de un curso feliz. Un curso en el que todos y todas podamos disfrutar aprendiendo y enseñando. Un curso en el que la comunidad educativa consiga con su trabajo que el mundo de un paso hacia el saber y hacia la bondad. En el curso de la historia esta es la alternativa: educación o desastre.